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¿Qué está pasando en las aulas? Porque hoy ser profesor parece más difícil que nunca

  • 17 may
  • 4 Min. de lectura

¿Has sentido que dar clases es cada vez más difícil? No estás solo. Enseñar se ha vuelto cada vez más emocional, mental y físicamente agotador. Esto no es sólo una percepción. Se trata de una realidad que está afectando a miles de docentes en todo el mundo. De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Missouri en 2025, hasta un 78% de 500 profesores de escuelas públicas en Estados Unidos han pensando en renunciar a sus trabajos. Las razones que explican este problema trascienden su frontera: 


  • Falta de apoyo administrativo

  • Carga excesiva de trabajo 

  • Remuneración económica insuficiente 

  • Conducta problemática de los alumnos 

Desde hace mucho tiempo la docencia es algo que comúnmente se hace por vocación, no por ambición económica. En especial, por la gran carga de trabajo que supone y lo complicado que resulta recibir un apoyo administrativo capaz de atender a los numerosos problemas que se suscitan en un entorno educativo. Sin embargo, un estudio de Milzzou’s College of Education and Human Development, muestra que la mayoría de los docentes que renuncian a sus puestos son aquellos que tienen más de 5 años de experiencia. ¿Qué quiere decir esto? Si bien, la poca remuneración económica, la carga excesiva de trabajo y la falta de apoyo administrativo son factores influyentes en nuestro desempeño como docentes, estamos frente a un nuevo desafío: algo nunca antes visto, al menos en estas dimensiones, que tiene que ver, especialmente, con la conducta de nuestros alumnos. 




Hablando por experiencia propia, no recuerdo que generaciones pasadas de alumnos representaran tantos desafíos como las actuales. Claro, todas tenían sus particularidades y lograr de hecho impartir una clase nunca ha sido particularmente sencillo, pero sí me pregunto ¿antes era mejor captando la atención de mis estudiantes o ahora realmente es casi imposible mantenerlos concentrados por más de unos minutos?, ¿acaso me he vuelto menos eficiente en imponer orden en el aula o es objetivamente más complicado que se respete mi autoridad dentro del salón de clases?, ¿será que he perdido la capacidad de manejar las emociones de mis estudiantes o verdaderamente tienen unos niveles de ansiedad, apatía y depresión alarmantes? 


Además de estas inseguridades, no puedo evitar preguntarme por qué cada vez me siento más cansada tras dar una clase, más desmotivada a la hora de planear una sesión o más frustrada en el momento de tener que calificar las tareas y exámenes de mis alumnos. ¿Soy solo yo? Las estadísticas antes mencionadas hacen que me sienta, por lo menos, un poco menos sola. ¿Qué está pasando? 


Según un estudio publicado en 2020 por la Revista Europea de Estudios de Educación, estas nuevas generaciones están presentando algunas características que, objetivamente, hacen de la docencia una labor más complicada. Entre ellas, destacan: 


  • Mayor curiosidad y autonomía en su conducta. Esto explica que tengan un peor temperamento o que sea más complicado el manejo de grupo 

  • Mayor autoestima, emotividad y autoconciencia, lo que hace que trabajemos con niños más sensibles y reactivos

  • Incremento en individualismo y apatía por la socialización, lo cual hace más complicado crear espacios de colaboración dentro y fuera del aula 


A pesar de que el estudio se realizó para entender mejor a la generación Alpha, estos rasgos de comportamiento ya estaban presentes en la generación Z. Por tanto, el estudio nos confirma que dichos rasgos se han ido exacerbando, lo cual hará cada vez más difícil lidiar con ellos. 


A estos rasgos, debemos sumar los altos índices de ansiedad y baja tolerancia a la frustración propios de ambas generaciones, así como su poca capacidad para poner atención: en promedio, un alumno de la gen Z y gen Alpha tiene un attention span de apenas 8 segundos. Si a esto último le añadimos que vivimos un fenómeno de fragmentación de audiencias donde carecemos de referentes comunes que posibiliten apelar al interés de la mayoría de los alumnos, entendemos por qué a veces tenemos la sensación de que cada estudiante vive en un universo distinto. ¿Cómo le hacemos para conectar con ellos? Parece algo cercano a una misión imposible. 


Es una realidad innegable que dar clases hoy en día es significativamente diferente a lo que era dar clases hace tan sólo cinco años atrás. Lo que antes funcionaba, paulatinamente, ha dejado de hacerlo porque estamos lidiando con alumnos objetivamente distintos a los que estábamos acostumbrados. Si no nos planteamos qué podemos hacer diferente, o más bien, qué necesitamos hacer diferente, los resultados que obtendremos no sólo no serán los mejores, sino que probablemente vendrán con un costo personal que puede hacer que dejemos de amar aquello que hacemos. 


Todos los que decidimos dedicarnos voluntariamente a esto, lo hicimos por tener una vocación. Nos comprometimos con la transmisión de conocimientos y el acompañamiento en la formación de los niños y jóvenes. Teníamos la esperanza de dejar nuestra huella, por más mínima que sea, en ellos. Eso no significa que tenga que ser un sacrificio respecto a nuestro bienestar y salud mental. Depende de nosotros crear espacios de diálogo, encontrar nuevas herramientas y buscar apoyarnos mutuamente para que podamos hacer mejor nuestro trabajo y, sobre todo, sentirnos bien mientras lo llevamos a cabo. 




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